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-Yo no voy a Tuttle-dijo ella.-No voy a la escuela en absoluto, ni vivo aquí o en cualquier otro lugar. Soy vieja como el tiempo y joven como el alba. Los seres de otro mundo, no pueden ser sobornados.
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Si no hubiera sido transformado, nunca habrías sabido lo que me perdía. Ahora, al menos, lo sabía. Si me quedaba como una bestia para siempre, sería mejor de lo que lo había sido antes.
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Amigo. La palabra me golpeó como el hacha con la que había hecho pedazos la madera. Amigo. Era todo lo que podíamos ser. Pero entonces, estaba en lo cierto al dejarla marchar. La amistad no era suficiente para romper el hechizo. De todos modos extrañaría esa amistad, al menos.
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Levanté más aún la vista, buscando la luna. Estaba oculta por los árboles, pero encontré estrellas... estrellas con más estrellas detrás de ellas, luego más detrás de aquellas, millones de estrellas, más de las que nunca hubiera visto en mi vida en la ciudad de Nueva York, más que todas las luces de allá. No quería ver estrellas. No podía soportar su belleza y su número. Quería únicamente a la luna solitaria, la inamovible luna.
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En su mano tenía una espada de fuego. Un arma tan intensa que podría rivalizar con las realizadas por los soldados de la élite de los Cielos. Este no era el recién nacido poder angélico que surgió a la vida hace apenas unas semanas para vengar a las personas amadas que eran brutalmente asesinadas, Camael lo observó. Esto era algo diferente.